desemboscant

Desde el sábado cinco de marzo hasta el domingo tres de abril, Centre d’Art La Rectoria (Fundació La Rectoria de Vilamajor Fundació Privada) abre sus espacios a la primera individual del Doctor en Ciencias Ambientales Martí Boada. El título de entrada trasluce su interés científico y estético del: Desemboscant. Su carrera como botánico e investigador de más 40 años, coronada con una cornucopia de premios y reconocimientos académicos dentro y fuera de España, es acaso el pretexto para que Boada decidiera sacar de su taller —también sala de experimentación— esta muestra que comulga e imbrica ciencia y arte.

Desemboscant nace del escrutinio a la naturaleza: leitmotiv y obsesión del autor. Así da sus primeros pasos en el sendero plástico en un afán, si se quiere, de desnudar no sólo su pasión por el verde, por el gobierno omnímodo de la clorofila, sino también por hacer cercanas sus reflexiones del paisaje: punto focal y de partida de la exhibición. “Mi trabajo es consecuencia de muchos años de observación y también una forma de divulgar mis investigaciones socioecológicas a través del arte. Mi primer pensamiento ante el hallazgo, no es la prueba científica per sé, sino mi interés de hacerla accesible: ¿a cuánta gente se le puede llegar? Hay un principio: una persona bien informada siempre multiplica. Mal informada, siempre resta”, elucida, quien también es profesor titular del Departamento de Geografía de la Universidad Autónoma de Barcelona e investigador del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales de la misma casa de estudios.

La individual, repartida en las dos salas del Centre d’Art La Rectoria, con una galería tradicional y una gran instalación que acicatea la curiosidad ecológica del interesado, se pasea por la traslación de un bosque que no hace disyunción o quiebre del mismo sino que, por el contrario, se bifurca y extiende en lo orgánico pese a los límites y formatos. “Porque las piezas las saco del monte. Son brozas, maderas, troncos, entre otros. Las llevo a mi estudio y voy jugando intuitivamente con ellas. A veces con pigmentos naturales, que extraigo de cortezas, y otras
veces con pinturas sintéticas como el acrílico”, revela sus ardides cómodo por sus 80 libros publicados. Las complexiones de estas tallas expuestas develan a un gran artífice, descubren a un gran hacedor invisible que, pese a su condición inasible y de autarquía, —se domina a sí mismo— empuña los cinceles de un virtuoso escultor:

“Es el obrar del tiempo, que se manifiesta frente a algo orgánico, no mineral, normalmente. Es lentitud sobre la biología de la pieza. La humedad, lo edáfico de los suelos, la extensión de las raíces… mi trabajo es el arte del tiempo”, sintetiza Boada con poesía sin necesidad de escandir versos. Quizá tributando a uno de los grandes ecólogos de Barcelona, Ramón Margalef, quien sentenciara alguna vez:

“Para describir un bosque y su complejidad hace falta un poeta”. “Sí, porque las descripciones empíricas quedan siempre alicortas”, respalda. La obra, entonces, relata la confabulación de Martí Boada con la intención trasfigurable del tiempo sobre la naturaleza: el tiempo corroe, gasta, desgasta, mustia pero también delinea y forja esculturas. Y es el ojo sensible del artista el que se clava en esos corolarios o productos; el que saca la talla de su hábitat y la pone a socializar; el que logra entender ese paso sutil que deja registro y huella en el fósil, en la rama desposeída de la coyuntura que la sostiene, la resiliencia de la liana frente al viento, la lluvia, el sol. Pero, ¿por qué este estudio se centra en el bosque y no en otra formación vegetal? “Porque el bosque es para mí la máxima expresión de la madurez de un paisaje. Es el clímax. Porque todo termina siendo bosque si no hay interferencia humana. Si ahora mismo dejáramos Sant Pere de Vilamajor desprovista de nuestro paso, en 30 o 40 años, el ejército en latencia del bosque se apoderaría. Con las fuerzas biofísicas todo deviene bosque. Y lo que no es bosque, es bosque potencial”. La exposición también insinúa de manera oculta argumentos y contenidos cientificistas. Aunque no es pionero en esto de maridar arte-ciencia, basta revisar el trabajo de Richard Hamilton en la segunda mitad del siglo XX, por poner un ejemplo, Martí Boada se detiene en las honduras biológicas de las piezas. “El punto de ciencia no lo hago explícito. Es un juego: quien quiera ir más allá de la visión artística hallará un código científico, que a veces es muy críptico, que nunca es el mismo y tiene muchas variables. En esta lectura subyacen respuestas más complicadas para quien decida rasgar. Si no, el observador puede quedarse con lo meramente estético y emotivo. Por otra parte, aunque respeto a la ciencia formal, venero a la sabiduría popular, que es la del pastor, pero no en un sentido nostálgico sino secular. En mis piezas también hay sabiduría popular. El componente humano no salta a la vista. No es tan inmediato, pero siempre está como una música de fondo”. Estos planteamientos se reflejan en las grafías que pinta —las tinturas, el trazo fino pero despreocupado, el respeto sutil a los saberes de séneca— y son características que el artista Perejaume destaca, con quien además ha compartido espacios e ideas.

El resultado final no es otro más que hibridez. “Hago mezclas entre maderas de otros continentes. Por ejemplo, tengo una pieza sudafricana que intervine con un tronco de madroño, arbusto por excelencia de por aquí. Entonces es un combinado entre zulú y mediterráneo. Siempre el mestizaje como una ruptura a lo convencional es algo positivo y una incitación a la interculturalidad. Significa anular cualquier tentación de separatismo rígido. Esa posibilidad de empaparse, de dejarse aceitar por otra cultura”, suscribe dejando claro que, a despecho de la pluralidad, el árbol que más lo seduce —entre las 20 mil especies del mundo— sigue siendo el alcornoque. “Porque se ha hecho un vestido evolutivo de suberina, que es un biopolímero que lo protege de las inclemencias del ambiente. Es inteligencia evolutiva. En el Mediterráneo hay un peligro constante: el fuego. Hay especies que tienen pirofilia. Es poco conocida. O sea: necesitan del fuego para su prosperidad. Y tienen mecanismos, como la suberina, que, frente a un incendio, les permiten soportar temperaturas de hasta 700 u 800 grados. Las más débiles sucumben, pero alcornoque no. Invicto”.

Desemboscant es maravilla y vitrina de los portentos naturales, de los milagros que pasan inadvertidos ante aquellos que, aún sin saberlo conscientemente, forman parte de una totalidad cambiante, evolutiva y arrasadora. “La naturaleza tiene algo fantástico: no hay que ser un investigador o diletante para hacerla propia. Porque nos encontramos en ella. Por consiguiente, el
espectador se reconoce parte de mi obra. Somos naturaleza”.

Manuel Gerardo Sánchez
Historiador-Escritor.
Relaciones públicas y prensa
Centre d’Art La Rectoria